Artículo publicado por Enrique J Jareño Roglán. Pediatra. Centro Sanitario Integrado de Moncada. Coordinador y tutor de cursos de formación en lactancia para profesionales sanitarios y miembro del grupo asesor de la IHAN para la acreditación de Centros de Salud. (Descarga en pdf)
Se suele hablar de “lactancia materna prolongada” cuando el amamantamiento dura más allá del tiempo en el que la mayoría de las madres dentro de la sociedad a la que pertenecen ya han destetado; en el caso de nuestro medio, alrededor del año de vida.
En las últimas décadas del siglo XX (y aún hoy) la “cultura popular” ha considerado que los lactantes no necesitan la leche de sus madres más allá del año de vida (incluso con frecuencia más allá de los 6 meses). Incluso muchos profesionales (pediatras, psicólogos, educadores, etc.) han expresado esta opinión no sólo en sus consultas, sino con frecuencia en libros, manuales, tratados y medios de comunicación. Se ha dicho, sin ninguna base científica que lo avalara, que más allá de esa edad “los niños ya no necesitan la leche de sus madres”, “que ya no tiene valor nutritivo” (lo que popularmente se ha venido en llamar “el aguachirri”), “que mamar ya es un vicio” e incluso que “psicológicamente puede ser perjudicial porque crea dependencia de sus madres”. Por eso, en nuestra sociedad occidental seguir amamantando a niños mayores puede generar rechazo familiar, social e incluso de los profesionales encargados de la salud y educación de los niños.
Vamos a ver que dicen al respecto algunas instituciones, autoridades y asociaciones sanitarias, avaladas por múltiples estudios y evidencia científica:
- Organización Mundial de la Salud (OMS) y Fondo Internacional de Emergencia de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF): “La OMS y el UNICEF recomiendan el inicio inmediato de la lactancia materna en la primera hora de vida, lactancia exclusivamente materna durante los primeros seis meses de vida, e introducción de alimentos complementarios seguros y nutricionalmente adecuados a partir de los seis meses, continuando la lactancia materna hasta los dos años o más.”
- Asociación Española de Pediatría: “La lactancia materna es una fuente de salud presente y futura. A mayor duración mayor es su beneficio potencial. Se recomienda mantenerla hasta los 12-24 meses y posteriormente todo el tiempo que madre e hijo deseen”
- Academia Americana de Pediatría (AAP): “La Academia no ha establecido un límite superior a la duración de la lactancia materna. Hay niños que son amamantados hasta los 4, 5 o 6 años. Esto puede ser infrecuente pero no perjudicial.”
RAZONES PARA UNA LACTANCIA PROLONGADA
¿Y por qué es recomendable prolongar lo más posible la lactancia? Vamos a exponer algunas razones
1.- Razones filogenéticas:
Si comparamos la especie humana con otros grandes mamíferos, en especial los primates, lo “normal” sería amamantar hasta un periodo comprendido entre los 2.5 y los 7 años:
- Hasta cuadruplicar el peso al nacimiento (2-3 años en humanos)
- Hasta alcanzar 1/3 del peso del adulto (4-7 años)
- Hasta 6 veces la gestación (4.5 años)
2.- Razones antropológicas y etnológicas:
Antes del fuego y de la agricultura, la lactancia se prolongaba hasta los 5-6 años (suficiente dentición para masticar la carne cruda).
En sociedades no occidentalizadas pre-industriales, (aborígenes australianos, esquimales, tribus africanas, etc.) donde no se ha introducido la industria de productos de alimentación infantil como en nuestro medio, la lactancia suele durar entre 3 y 5 años.
3.- Razones históricas:
Sabemos que en el antiguo Egipto, Babilonia, India ayurvédica, China, Grecia y Roma se amamantaba o recomendaba amamantar hasta los 2-3 años.
En la Biblia, en el Segundo Libro de los Macabeos, escrito en el año 124 A.C, una madre hebrea le dice a su hijo: “Hijo, ten compasión de mí que te llevé en el seno por nueve meses, te amamanté por tres años y te crie y eduqué hasta la edad que ahora tienes“ (2 M 7, 27).
También el Corán y el médico Avicena hablan de amamantar hasta los dos años. Y, tanto en la Edad Media como en la Edad Moderna, hasta bien entrado el siglo XIX, en casi todo el mundo los niños han sido amamantados hasta los 2-3 años.
4.- Razones nutricionales:
Pese a la frecuente creencia de la pérdida de la capacidad nutricional de la leche materna con el tiempo, realmente sigue cubriendo más de la mitad de las necesidades del bebé mayor de 6 meses y al menos 1/3 de las del mayor de 12 meses. Y sigue manteniendo su calidad proteica y lipídica, y prácticamente las mismas concentraciones de vitaminas, minerales (hierro, calcio), antioxidantes, etc.
Ese famoso “aguachirri” de la leche de madres de niños mayores de 1 año, se ha demostrado que mantiene una capacidad energética (por término medio) de 88 Kcal/100 mL (D Mandel et al, 2005), mientras que la de la leche de vaca es de 64 Kcal/100 mL.
Esta capacidad nutricional es especialmente importante en países de ingresos bajos, con altos índices de desnutrición por dificultad de accesos a otros alimentos. En estas circunstancias se ha demostrado que los niños con lactancias más prolongadas crecen y aumentan de peso mejor que los que son destetados.
La capacidad preventiva a largo plazo que tiene la lactancia sobre la obesidad, hipertensión y otros factores que puedan condicionar el riesgo cardiovascular en el adulto se mantiene con el tiempo e, incluso mejora cuanto más duradera es la lactancia.
5.- Razones inmunitarias
Hasta alcanzar la suficiente madurez de su sistema inmune, entre los 2 y 6 años, el niño pequeño todavía no se defiende bien por sí sólo frente a patógenos externos; de hecho podría considerarse como un organismo en cierto modo “inmunodeficiente”. Además, entre 1 y 3 años suelen comenzar la guardería y la escolarización, exponiéndose de forma masiva a múltiples enfermedades infecciosas. Lo que los pediatras conocemos de forma coloquial como el “síndrome de la guardería”.
Sabemos que la leche materna aporta factores defensivos como células vivas, flora saprófita, lactoferrina, lisozima y, en especial, Inmunoglobulina A secretoria. Esta inmunoglobulina tactúa como una barrera protectora que tapiza el tubo digestivo y las vías respitatorias y defiende al bebé contra todo tipo de infecciones y otras enfermedades, bloqueando la entrada de cualquier tipo de gérmenes y de otras macromoléculas extrañas (que pudieran generar problemas de sensibilización precoz y con ello de enfermedades alérgicas y autoinmunes).
Estos factores defensivos son especialmente abundantes en el calostro, dada la “virginidad inmunitaria” del recién nacido, pero siguen estando presentes durante toda la lactancia. Podrían tener una relevancia especial en alteraciones del sistema inmune, adquiridas (por viriasis o medicaciones) o por inmunodeficiencias congénitas.
La inmunodeficiencia congénita más frecuente es el déficit selectivo de IgA. Esta enfermedad puede ser muy variable en su forma de manifestarse, desde ser asintomática, a sufrir frecuentes infecciones respiratorias y digestivas. También genera una mayor propensión a la sensibilización a proteínas extrañas (alergias, enfermedad celiaca, etc.) y a reacciones transfusionales. En estos casos, prolongar lo más posible la lactancia podría ejercer un efecto preventivo tanto a corto como a largo plazo.
6.- Razones neuro-psicológicas
La madurez neurológica y el desarrollo psicomotor continuan más allá de los 2 años de vida. La leche de madre sigue manteniendo en su composición sustancias muy importantes para el neurodesarrollo (LC-PUFA, taurina, etc.).
Tanto por su composición, como por el obligado contacto físico frecuente entre madre e hijo, la lactancia materna favorece el desarrollo psicomotor y cognitivo del lactante. Este contacto frecuente también favorece el vínculo afectivo entre ambos.
Aunque con frecuencia se dice que los niños amamantados de forma prolongada son más dependientes e inmaduros, esto parece tratarse de una “leyenda urbana” porque todavía nadie ha podido demostrar que esto sea así. Más bien, la mayoría de los trabajos en los que se ha evaluado a largo plazo la inteligencia, la madurez psicológica y los logros laborales y sociales parecen apuntar a lo contrario.
7.- Salud de la madre
Gracias a los cambios hormonales que se producen en la madre durante la lactancia (disminución de los niveles de estrógenos) disminuye el riesgo de padecer cáncer de mama, hasta en un 4.3% por cada año de lactancia. Prolongar la lactancia también ayuda a prevenir otras enfermedades, como el cáncer de ovario, la osteoporosis y la diabetes mellitus tipo II.
8.- Otras razones
Cuando comienzan la guardería y la escolarización, además de ayudarles a defenderse mejor contra todo tipo de enfermedades infecciosas, la leche materna suele ser el único alimento que no rechazan en periodos de enfermedad (su “tabla de salvación”). Además de ser, probablemente, el mejor probiótico y suero de rehidratación que podemos aportar en casos de diarrea.
También puede sigue siendo muy interesante el efecto analgésico del amamantamiento (“teta-analgesia”) en una edad en que son relativamente frecuentes los traumatismos, las vacunaciones y las visitas a Urgencias (con posibilidad de procedimientos dolorosos como las extracciones de sangre).
Y, ¿por qué no decirlo?, mientras para la madre y su hijo sea agradable y satisfactoria la relación que se genera con la lactancia, tienen derecho a mantenerla mientras ambos deseen, y no deberíamos interferir en ello. Este derecho estaría contemplado en el artículo 24 de la Convención sobre los derechos del niño de 1989 (ONU – UNICEF).
MOTIVOS PARA NO ATENDER A RAZONES
Si hay tantas razones para defender el mantenimiento de la lactancia mientras la madre y el niño así lo deseen, ¿por qué esto no suele ser así?
En nuestro medio todavía un elevado porcentaje de lactantes no han sido nunca amamantados (10-15%), y aproximadamente el 60% son destetados de forma demasiado precoz antes de los 12 meses
Con frecuencia se observa un escaso apoyo a la lactancia en el entorno familiar y social. Hay que tener en cuenta que vivimos inmersos en la llamada “cultura del biberón”, ya que durante décadas la lactancia artificial ha sido la forma predominante de crianza de millones de niños. Al menos durante dos generaciones se ha perdido la cultura de la lactancia; millones de madres, abuelas y bisabuelas nunca han amamantado o lo han hecho durante muy poco tiempo.
En esta pérdida de la cultura de la lactancia ha influido significativamente lo que llamamos el “espejismo de la maternidad científica”: la creencia de que lo que podemos pesar, medir y controlar los profesionales tiene que ser mejor que lo que ofrece la naturaleza y muchas veces desconocemos. Y así lo hemos creído con mucha frecuencia tanto los profesionales sanitarios como la sociedad en general.
Cada vez conocemos más sobre la composición de la leche materna, y tenemos más claro que es un producto vivo, un auténtico ecosistema sumamente equilibrado, que genera importantísimos beneficios para la salud materno-infantil. Pero, desgraciadamente, este conocimiento ha tardado mucho en llegar y en ser aceptado por buena parte de los profesionales, que hemos seguido manteniendo prácticas actualmente desaconsejadas en relación a la lactancia en general, y en la lactancia prolongada en particular.
También puede influir evidentemente una legislación sobre derechos laborales que se queda corta para que las madres puedan conciliar el trabajo y el amamantamiento. Además de eso, en el ámbito laboral y jurídico, pueden darse muchas situaciones que obligan a largas separaciones, como trabajos con horarios muy amplios, obligación de viajes, custodias compartidas, etc. En estos casos, con frecuencia, cuando la madre reclama soluciones que puedan facilitar mantener el amamantamiento en un niño mayor de 12-24 meses, se le responde que el niño a esa edad “ya puede comer de todo y no necesita la lactancia”. En todo caso, puede extraerse la leche (siempre será mejor que otros lácteos), pero hay que tener en cuenta que la leche extraída y almacenada en refrigeración y/o congelación puede ver mermadas algunas de sus interesantes propiedades: capacidad antioxidante, células vivas, flora saprófita (microbiota), concentración de Inmunoglobulina A, etc.
Y, lógicamente, en toda esta debacle de la lactancia también han podido influir los intereses económicos y las campañas de marketing de la industria de fórmulas comerciales infantiles, cuyos beneficios han llegado a alcanzar los 55.000 millones de dólares anuales.
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