– Mamá, hoy me he sacado 10ml de leche!
Digo yo con tono satisfecho. El sacaleches es mi peor enemigo, el niño crece poco y todo me hace dudar de estar haciendo bien. Pero hoy he sacado mi máximo histórico y por fin siento un poco de alivio.
– mmmh – contesta ella – ¡no se te ocurra dársela al niño!
Sí, porque la leche en polvo es mejor, está controlada, sabes lo que es, sabes cuánto come. Para mi madre la leche materna es una desagradable consecuencia de dar a luz. Pero esta «enfermedad» pasará, no tengo que preocuparme!
Si supiera ella lo mucho que estoy preocupada… Preocupada de tener que dejar de darle el pecho a mi niño, preocupada de que ese momento tan íntimo y maravilloso se acabe pronto, preocupada de no poder ser yo quien le alimente. Preocupada también de que ella tenga razón, de que mi leche no sea buena, no tenga nutrientes, sea poca, sea mala… Preocupada de que amamantar sea un capricho mío y no lo mejor para mi bebé. Preocupada.
Amamanta entra de puntillas en esta preocupación, en esta nueva vida tan desordenada, confusa, difícil y aún así tan perfecta y maravillosa. «Lo estás haciendo bien», «a mi hijo le pasa lo mismo», «yo hacía así…», «Intenta esto», «¿que tal ha ido?». Desconocidas que se interesan, escuchan tus miedos, comparten los suyos, dan consejos y ofrecen su experiencia, simplemente están allí y se convierten en amigas, familia, tribu para tu hijo y tu, para andar de la mano por esa cuerda floja que es ser madre.